jueves, 15 de marzo de 2018

De mis andares por el monte.


De mis andares por el monte.

Algo de mi historia personal: llegue al monte santiagueño a los 17 años como misionera invitada por la diócesis de Añatuya, famosa por ser la iniciadora de la campaña “Más por Menos” de la Iglesia Católica- Caritas. La posibilidad de trabajar socialmente con los barrios periféricos y rurales de un pueblo del sur de Santiago me voló la cabeza sin embargo ya en mi segundo viaje como egresada del colegio de Belgrano: Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, en 1988 el Obispo Monseñor Gottau me interpelo diciendo que: No era bien visto que una mujer sola anduviera visitando las casas y trabajando con la gente sino iba con un sacerdote que lo acompañara…

En ese, y en muchos sentidos, la sociedad del norte argentino, y de mucha de la ruralidad latinoamericana conserva rasgos pres industriales…y profundamente machistas. Volví a Bs As, me inscribí en la Facultad de Sociales de la UBA y regrese ya como estudiante universitaria de comunicación social a la diócesis de Añatuya esta vez al norte de la provincia. A la primera reducción jesuita del país: San José de las Petacas, a los 19 años y es allí donde aún hoy 30 años después vivo y trabajo.
Desandar y des naturalizar las practicas patriarcales propias y ajenas ha sido el camino de mi vida en singular y en plural. Y no quiero decir que en las grandes ciudades como Buenos Aires no haya mucho trabajo que realizar en pos de generar prácticas equitativas entre hombres y mujeres; lo que digo es que en la ruralidad es aún más evidente y profundo el lugar de subordinación que ocupan las mujeres cuando hasta hace 15 años se las veía comiendo paradas en la cocina lo que quedaba del almuerzo si es que quedara algo o bien paradas detrás del hombre que es quien estaba sentado en la mesa, con los hijos varones alrededor. Y a esto se le suma el trabajo productivo en la casa, y el reproductivo con los innumerables hijos y nietos a criar. Y la reproducción de ese modelo de madres a hijas..
En mi camino de tratar de entender, para des armar estas escenas naturalizadas y reiteradas de una profunda violencia, he encontrado muchas resistencias aun en el seno de la progresista compañía de Jesús de las décadas del 80, 90 y 2000 en las que tenía el privilegio de ser una de las pocas mujeres que se sentaba conversar y debatir estos y otros temas con los investigadores del CIAS. Centro de Investigación y Acción Social.

Un signo que tengo que reconocer fue importante fue en 1996-8 la designación de mi persona como coordinadora del Grupo Misionero de los Jesuitas, siendo la primera vez que llegaba a las parroquias de Rio Negro, Puerto Iguazú  y Boquerón una mujer a cargo de decenas de jóvenes estudiantes de CABA a los lugares de misión. Genero mucho ruido aun y sobre fin de siglo en las familias de clase media, y clase media alta que mandaban a sus hijos a una experiencia religiosa y solidaria. Una mujer menor de 30 años, a cargo de jóvenes entre 15 y 32 años.  Ahí tome conciencia de que todas las mas informadas y formadas, como las más analfabetas teníamos que demostrar siempre nuestro valor ante la sociedad y creo que naturalmente abrace esta causa sin hacerlo plenamente consciente.
Por los días que yo egrese de la Facultad de Sociales y decidía irme a vivir y trabajar al monte santiagueño, sabía que mi madre biológica era catamarqueña pero desconocía una historia que fui encontrando a lo largo del 2000 mientras recorría los parajes santiagueños ya no como misionera sino como profesional, militante humanista.. y en ese andar tuve el privilegio de trabajar con otras mujeres profesionales de cuarenta y pico de años y veinte años de trayectoria que integraban la ONG PRODEMUR ( Promoción de la Mujer Rural ) en Santiago, Catamarca y Tucumán. De ese modo a mis casi 30 años comencé a formarme en perspectiva de género lo que ilumino mi camino recorrido hasta el momento, y el de mi linaje; a la par de darme herramientas para intervenir en contextos tan masculinos como son los de las ONGS y Fundaciones coordinadas y dirigidas por hombres, de la misma forma que los equipos de extensión rural liderados por veterinarios e ingenieros que se abocan a explicarte con pasión el tamaño del prepucio del toro como cuestión central de la productividad .
A este punto me refiero que en temas de género, en primer término hacer consciente que el sistema de genero trasvasa clases sociales, niveles de educación, ideologías, experiencias de vida. El hecho de ser mujer es ya una variable de desigualdad, cuando va asociada a otras como la pertenencia a grupos étnicos minoritarios, la edad, el desempleo, el origen...  Y luego tomando como referencia las mujeres con las que elegí trabajar: campesinas, con escasa escolaridad, NBI des naturalizar y hacer visible que la desigualdad basada en el género, que se perfila como causa y factor multiplicador de muchas desventajas en términos de educación, habilidades, empleo, vivienda, recursos económicos, etc...
Es por esto que  hacía mis veintinueve años, comencé a poner palabras, textos, lecturas a una intencionalidad inconsciente de desarrollar herramientas de trabajo para con las mujeres, para las mujeres entre ellas, y con  sus compañeros y entornos. Enfoque de género a las intervenciones en pro de la inclusión social, con el fin de dar visibilidad a las mujeres, promover su participación y ofrecer una respuesta adecuada a sus necesidades.
Y en ese andar, con otras que me antecedían en estas búsquedas colectivas, también fui des cubriendo los andares de mi madre mestiza diaguita del pueblo cacán, de sus hermanas, su madre, su abuela en la pre cordillera.
Las mujeres o los hombres pueden formar parte de colectivos vulnerables. Sin embargo, las mujeres como género experimentan situaciones de discriminación que dan lugar a problemas específicos (explicables por el hecho de ser mujeres) o que, compartidas con los varones, pueden experimentarlas de distinto modo, también por género. Género desde esta perspectiva no es una causa de vulnerabilidad, sino de discriminación.
El concepto de género se refiere a la construcción social diferenciada de roles y responsabilidades entre hombres y mujeres, que condiciona el desarrollo de sus identidades como personas, sus cosmovisiones y sus proyectos de vida. El enfoque de género se enmarca en el desarrollo de las políticas de igualdad de oportunidades y se aplica en todos los procesos metodológicos relacionados con los proyectos de intervención, desde la identificación, hasta la evaluación. En definitiva abordar género significa promover una redistribución del poder adentro de nuestras sociedades y de nuestra propia organización, y esto puede ser especialmente difícil de aceptar, sobre todo cuando ello nos lleva a cuestionarnos nuestras propias vidas: nuestro proyecto vital, nuestras relaciones laborales, familiares o de pareja. Hay en ello un ejercicio cierto de valentía y esfuerzo. A veces no nos quedan más energías para abordar nuevos problemas y otras, el miedo o la comodidad nos ganan. Preferimos dejar las cosas como están, pues nos proporcionan seguridad, aun a costa de situaciones de injusticia, en cuya resolución o alternativa no confiamos del todo.

Que en todos los ámbitos se cuestione el sistema de géneros y se des naturalice lo aprendido sirve para poder pensar entre todos: comunidades afectadas, equipos de intervención, etc. las mejores respuestas para resolver una problemática específica generando opciones que promueven la equidad entre todos-as y reforzando mayores niveles de autonomía.



Lucrecia Gil Villanueva, Frente de Mujeres del Salado Norte/ Colectivo de Mujeres del Chaco Trinacional
lulugvs@yahoo.com.ar

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